Lo primero, y aunque sea una obviedad, tenemos que distinguir entre los distintos tipos de risa que se dan, es decir, de cómo reímos:
-Sana: para mostrar alegría,
bienestar, felicidad.
-Insana (que estará vinculada al mal):
vana, descontrolada, maliciosa, burlona, desconsiderada, despreciativa, inoportuna,
sarcástica, ruidosa, ridícula…
Por tanto los gestos, las
actitudes y los comportamientos son fundamentales para mantener un nivel de sociabilidad.
Hoy, como ayer, la risa se sigue estudiando en diferentes ramas del saber:
filosofía, antropología, psicología. Y se usa para hacer daño a alguien.
Antes de citar a algunos de los autores
medievales, desde el siglo III hasta el siglo VII, que han llevado a la creencia de que la risa fue condenada o
prohibida por la Iglesia católica voy a recomendar cuatros autores:
1. Barragán: habla de
Aristóteles, Cicerón y Quintiliano y de la risa en el Renacimiento.
2. Martín Camacho: hace un repaso de la risa en la Grecia clásica, en la
Biblia y además escribe cuál es la etimología griega, hebrea y latina de esta
palabra. Como bien dice él: “Nuestra cultura es principalmente heredera
de la fusión del legado judeocristiano con el pensamiento griego y romano,…”.
3.
Perfetti: escribe sobre la risa y su relación con las funciones de cuerpo y
los humores.
4.
Lázaro: nos habla del dominicano Giuglio (Guillermo) Peraldo (s.
XIII) quien describe varios tipos de risa, donde las hay positivas y otras
moralmente negativas por estar vinculadas al pecado.
Dicho esto, la risa no fue
condenada ni prohibida por la Iglesia (no hay ni siquiera un escrito donde se
regulara)*. Sin embargo en los monasterios sí se criticaba y controlaba la risa insana, aquella
que llevaba al hombre a degradarse y a degradar
al prójimo. Realmente se pedía a
los monjes moderación en todo lo relacionado con la mundanalidad: “Ned quid nimis”.
Este control se ejercía también sobre los fieles dentro de las iglesias (lugares donde además se realizaban reuniones, funciones, ferias).
En el Concilio de Toledo, siglo VI, se dicta:
Este control se ejercía también sobre los fieles dentro de las iglesias (lugares donde además se realizaban reuniones, funciones, ferias).
En el Concilio de Toledo, siglo VI, se dicta:
«Que se prohíban los
bailes en las fiestas natalicias de los santos. Debe extirparse radicalmente la costumbre irreligiosa que
suele practicar el pueblo en
las fiestas de los santos, de modo
que las gentes que deben acudir a los oficios divinos, se entregan a danzas y canciones indecorosas.
Con lo cual no sólo se dañan a sí
mismos, sino que estorban a la celebración de los oficios de los religiosos. Que esta
costumbre se vea desterrada de toda España, lo encomienda muy de veras el concilio, al cuidado de los
obispos y de los jueces».
Pero citemos a algunos de esos
monjes medievales que han llevado a unos pocos investigadores a decir que la Iglesia
medieval condenaba o prohibía la risa**:
*Clemente de Alejandría, siglo III, "Paidagogos" (influenciado por el estoico
Musonio Rufo):
«Sobre
la risa
A
los hombres que saben imitar las risas y, en
general, cualquier situación ridícula, debemos desterrarlos de nuestra
república. Porque, si todas las palabras fluyen del pensamiento y responden a
la manera de ser de uno, no es posible que algunos hablen ridiculamente, si no
dejan entrever una manera de comportarse ridicula. Pues aún debe aplicarse el
texto: «Porque no hay árbol bueno que dé fruto malo i ni, al contrario, árbol
malo que dé fruto bueno»; la palabra es fruto del pensamiento. Por
consiguiente, si debemos expulsar de nuestra república a los bufones, lejos
está de nosotros autorizarnos a ser unos meros bufones. Sería absurdo que nos
encontrasen imitando aquello que nos está vedado escuchar; pero aún lo sería
más si nos esforzásemos en caer en el ridículo, es decir, ser despreciables y
ridículos.
Si
no soportáramos hacer el ridículo, como puede verse a algunos hacerlo en los
desfiles, ¿cómo lógicamente consentiríamos que nuestro hombre interior cayese
en la misma actitud? Y si no cambiaríamos de buen grado nuestro rostro por uno
más ridículo, ¿cómo podríamos pretender, con nuestras palabras, ser objeto de risa, y exponer al ridículo el más preciado de todos
los bienes que el hombre atesora: la palabra?
Resulta
estúpido afanarse por estas ridiculeces, ya que la palabra de los bufones no
merece atención, pues las palabras en sí habitúan a las malas obras. Debemos
ser graciosos, sí, pero no bufones.
Incluso
la risa debemos frenarla. Porque la risa emitida debidamente da impresión de equilibrio,
mientras que lo contrario denota desenfreno. En una palabra: cuanto es dado a
la naturaleza humana no debe suprimirse, sino más bien darle la justa medida y
el tiempo oportuno.
No
por el hecho de que el hombre sea un animal que ríe,
debe uno reírse de todo; ni porque el
caballo relinche, debemos relinchar siempre. Como animales racionales que
somos, debemos gobernarnos con mesura, y distendernos en las ocupaciones
serias y en las tensiones del espíritu con moderación, sin relajarnos hasta
la disonancia.
La
relajación ordenada del rostro, como la de un instrumento, de acuerdo con una
armonía, recibe el nombre de sonrisa — su expresión se refleja en la cara— y es
la risa propia del hombre prudente;
en cambio, el excesivo relajamiento del rostro, si se da en las mujeres, recibe
el nombre de kichlismós: es risa de las
protitutas; y, si se da en los hombres, se denomina kanchasmós: es la risa de los pretendientes. «El tonto,
cuando ríe, eleva su tono de voz — dice la Escritura—, mas el hábil apenas
sonreirá en silencio». Se refiere por «hombre hábil» al santo, por oposición al
necio.
Pero,
por otra parte, no se debe ser taciturno, sino reflexivo; yo acepto aquel que
se mostraba sonriendo con un rostro terrible, pues «su sonrisa sería menos
ridicula».
Incluso
la risa merece una instrucción: si se trata de
algo vergonzoso, es preferible enrojecer a sonreír, para no dar la impresión de
consentimiento por simpatía; y si se trata de situaciones dolorosas, conviene
más que se nos vea tristes que alegres. La primera actitud denota sentimiento
humano, y la segunda deja entrever crueldad. Ni debe reírse
uno a cada momento — pues sería excesivo, ni en presencia de personas ancianas
o respetables, a menos que nos diviertan con alguna broma; tampoco se debe reír
ante el primero que uno encuentra, ni en todos los lugares, ni ante todos, ni a
propósito de todo.
En
especial para los adolescentes y las mujeres, el reír
facilita el paso a las calumnias.»
*San Efren, siglo IV:
«que
no nos hemos de entretener en risas ni diversiones, sino que es mas del caso
aplicarnos de las lágrimas»:
*Juan Crisóstomo, siglo IV-V, “Homilías sobre el Evangelio de San
Mateo”, Patrología Griega:
«Contra la risa
inmoderada:
Si así lloras también
tú, serás imitador de tu divino dueño, que también lloró. Lloró sobre Lázaro y
sobre Jerusalén y se turbó por la perdición de Judas. Muchas veces le vemos
llorar, pero nunca reír, ni siquiera sonreír
suavemente. Por lo menos, ninguno de los evangelistas nos lo cuenta. Por
eso también Pablo nos dice de sí mismo, y otros lo confirman, que lloró, y
hasta que lloró día y noche durante tres años (Hechos 20,31); pero que riera,
ni él nos lo cuenta de sí mismo en parte alguna ni otro santo alguno nos lo
atestigua de él. Y como él, esos mismos santos. Sólo de Sara nos dice la
Escritura que rió cuando fue reprendida; y del hijo de Noé, cuando pasó de
libre a esclavo. No digo esto porque intente yo suprimir toda risa; sí, para
que se evite su desmesura. ¿Cómo — dime por favor— puedes romper en carcajadas
y divertirte disipadamente, cuando tienes que dar tan larga cuenta, cuando has
de parecer ante aquel temeroso tribunal en que se te pedirá puntualmente razón
de cuanto aquí hubieres hecho? Y es así que tendremos que dar cuenta de cuánto
hayamos pecado voluntaria e involuntariamente: El que me negare —dice el Señor—
delante de los hombres, también yo le negaré a él delante de mi Padre, que está
en los cielos.»
*San
Basilio, siglo IV, “Regulae brevius tractatae”:
«Cum Dominus eos damnet qui in
hac vita rident, admodum perspicuum est, nullum
omnino locum dari fideli in quo rideat, et
maxime in tam magno numero eorum qui per
transgressionem legis Deum inhonorant, et in peccato moriuntur, super quos
moerere et gemere oportet.»
*La Regla de los cuatro Padres, Regole
monastiche d’Occidente, siglo V:
«si algún monje es
sorprendido riendo o haciendo bromas… o en cosas que no le son propias,
ordenamos que sea castigado con toda punición de humildad en el nombre del
Señor por dos semanas»
Taciturnitas:
«La forma más terrible y obscena de romper el
silencio es la risa, si el silencio es virtud existencial
y fundamental de la vida monástica, la risa es gravísima violación.»
*San Agustín, siglo IV-V, “Las confesiones”:
«Desde que pecó Adán y fue expulsado del paraíso, nunca
hubo días buenos, sólo malos. Preguntemos a los niños que nacen por qué comienzan
llorando, dado que también pueden reír. Nada más
nacer, llora; después ignoro cuantos días reirá.»
*Juan
de Casiano, siglo IV-V:
«Este linaje de soberbia, aunque sea único en su género, presenta dos
matices diferentes. La una afecta en todo severidad y gravedad exterior; la
otra se abandona con una libertad increíble a las chanzas, burlas y risas destempladas.»
«...A partir de las acciones de una persona externa... se
conoce el estado de la (persona) interna: Entonces... el orgullo carnal... se
distingue por los siguientes signos: al principio está su volumen en la
conversación, en silencio - frustración, en la risa
- una risa fuerte y vertiginosa, en el
triste caso - dolor irracional, en la respuesta - obstinación, en el habla -
frivolidad, las palabras brotan sin ninguna participación del corazón,
imprudentemente.”
“Por las siguientes señales se manifiesta dicha soberbia que llamamos
carnal: hay clamor en su tono de hablar; en su silencio, amargura; en su
alegría, una risa
estrepitosa y desenfrenada; en su seriedad, una incomprensible tristeza; en
sus respuestas, rencor; en la conversación, verbosidad, irrumpiendo con
palabras por todas partes, sin seriedad alguna»
*San
Benito, siglo VI:
«Abstenerse de palabras malas y deshonestas, no ser
amigo de hablar
mucho, no decir necedades o cosas que
exciten la risa, no gustar
de reír mucho o estrepitosamente.»
*Regula Magistri, anónimo,
siglo VI:
«Cuando la risa está por estallar hay que
prevenir, sea como sea, que se exprese. O sea que, entre todas las formas
malignas de expresión, la risa es la peor.”
*Leandro de Sevilla, siglo VI, “De la instrucción de las vírgenes y
desprecio del mundo”: dispone que los monjes no se den a la risa y a la
cháchara durante la recitación de los Salmos.
Juan
Clímaco, siglo VI-VII:
«la actitud del cuerpo del monje durante la
liturgia “encarna” a su espíritu. Si el cuerpo del monje no ora, el monje
tampoco ora. “Algunos [demonios] sumergen en el sueño a los que están en la
oración. Otros nos ocasionan dolores de entrañas violentos e inhabituales.
Otros nos incitan a tener conversaciones en la iglesia. Otros arrastran a
nuestro espíritu a pensamientos deshonestos. Otros nos empujan a apoyarnos
contra la pared, como si estuviésemos agotados. Hay otros que nos hacen
bostezar sin cesar. Algunos provocan risas frecuentes en el tiempo de la oración,
buscando así excitar contra nosotros la cólera de Dios. Otros nos constriñen a
precipitar la lectura de los salmos, por negligencia; otros nos sugieren
cantarlos demasiado lentamente, en busca de placer; y algunos hay que vienen a
sentarse sobre nuestra boca y la tienen cerrada, de manera que nos cuesta
abrirla. El que piensa que está en presencia de Dios y ora en lo profundo del
corazón, se estará inmóvil como una columna y ninguno de los demonios de los
cuales acabamos de hablar, se reirá de él.»
***********************************************
*Existía el risus monasticus,
como, por ejemplo, el joca monacorum (juegos monacales): tratados
paródicos u obras cómicas escritas en latín desde el siglo VIII.
**La búsqueda de los textos en latín
está siendo un trabajo difícil y muy lento. A medida que los vaya encontrando
los iré añadiendo.
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