lunes, 27 de enero de 2020

La risa, la Iglesia y mitos (siglo III-VII):

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Lo primero, y aunque sea una obviedad, tenemos que distinguir entre los distintos tipos de risa que se dan, es decir, de cómo reímos:

-Sana: para mostrar alegría, bienestar, felicidad.

-Insana (que estará vinculada al mal): vana, descontrolada, maliciosa, burlona, desconsiderada, despreciativa, inoportuna, sarcástica, ruidosa, ridícula…

Por tanto los gestos, las actitudes y los comportamientos son fundamentales para mantener un nivel de sociabilidad. Hoy, como ayer, la risa se sigue estudiando en diferentes ramas del saber: filosofía, antropología, psicología. Y se usa para hacer daño a alguien.

Antes de citar a algunos de los autores medievales, desde el siglo III hasta el siglo VII, que han llevado a la creencia de que la risa fue condenada o prohibida por la Iglesia católica voy a recomendar cuatros autores:

1. Barragán: habla de Aristóteles, Cicerón y Quintiliano y de la risa en el Renacimiento. 

2. Martín Camacho: hace un repaso de la risa en la Grecia clásica, en la Biblia y además escribe cuál es la etimología griega, hebrea y latina de esta palabra. Como bien dice él: “Nuestra cultura es principalmente heredera de la fusión del legado judeocristiano con el pensamiento griego y romano,…”. 

3. Perfetti: escribe sobre la risa y su relación con las funciones de cuerpo y los humores. 

4. Lázaro: nos habla del dominicano Giuglio (Guillermo) Peraldo (s. XIII) quien describe varios tipos de risa, donde las hay positivas y otras moralmente negativas por estar vinculadas al pecado.

Dicho esto, la risa no fue condenada ni prohibida por la Iglesia (no hay ni siquiera un escrito donde se regulara)*. Sin embargo en los monasterios sí se criticaba y controlaba la risa insana, aquella que llevaba al hombre a degradarse y a degradar  al prójimo. Realmente se pedía a los monjes moderación en todo lo relacionado con la mundanalidad: “Ned quid nimis”. 

Este control se ejercía también sobre los fieles dentro de las iglesias (lugares donde además se realizaban reuniones, funciones, ferias). 
En el Concilio de Toledo, siglo VI, se dicta:

«Que se prohíban los bailes en las fiestas natalicias de los santos. Debe extirparse radicalmente la costumbre irreligiosa que suele practicar el pueblo en las fiestas de los santos, de modo que las gentes que deben acudir a los oficios divinos, se entregan a danzas y canciones indecorosas. Con lo cual no sólo se dañan a sí mismos, sino que estorban a la celebración de los oficios de los religiosos. Que esta costumbre se vea desterrada de toda España, lo encomienda muy de veras el concilio, al cuidado de los obispos y de los jueces».

Pero citemos a algunos de esos monjes medievales que han llevado a unos pocos investigadores a decir que la Iglesia medieval condenaba o prohibía la risa**:

*Clemente de Alejandría, siglo III, "Paidagogos" (influenciado por el estoico Musonio Rufo): 

«Sobre la risa
A los hombres que saben imitar las risas y, en general, cualquier situación ridícula, debemos desterrarlos de nuestra república. Porque, si todas las palabras fluyen del pensamiento y responden a la manera de ser de uno, no es posible que algunos hablen ridiculamente, si no dejan entrever una manera de comportarse ridicula. Pues aún debe aplicarse el texto: «Porque no hay árbol bueno que dé fruto malo i ni, al contrario, árbol malo que dé fruto bueno»; la palabra es fruto del pensamiento. Por consiguiente, si debemos expulsar de nuestra república a los bufones, lejos está de nosotros autorizarnos a ser unos meros bufones. Sería absurdo que nos encontrasen imitando aquello que nos está vedado escuchar; pero aún lo sería más si nos esforzásemos en caer en el ridículo, es decir, ser despreciables y ridículos.
Si no soportáramos hacer el ridículo, como puede verse a algunos hacerlo en los desfiles, ¿cómo lógicamente consentiríamos que nuestro hombre interior cayese en la misma actitud? Y si no cambiaríamos de buen grado nuestro rostro por uno más ridículo, ¿cómo podríamos pretender, con nuestras palabras, ser objeto de risa, y exponer al ridículo el más preciado de todos los bienes que el hombre atesora: la palabra?
Resulta estúpido afanarse por estas ridiculeces, ya que la palabra de los bufones no merece atención, pues las palabras en sí habitúan a las malas obras. Debemos ser graciosos, sí, pero no bufones.
Incluso la risa debemos frenarla. Porque la risa emitida debidamente da impresión de equilibrio, mientras que lo contrario denota desenfreno. En una palabra: cuanto es dado a la naturaleza humana no debe suprimirse, sino más bien darle la justa medida y el tiempo oportuno.
No por el hecho de que el hombre sea un animal que ríe, debe uno reírse de todo; ni porque el caballo relinche, debemos relinchar siempre. Como animales racionales que somos, debemos gobernarnos con mesura, y distendernos en las ocupaciones serias y en las tensiones del espíritu con moderación, sin relajarnos hasta la disonancia.
La relajación ordenada del rostro, como la de un instrumento, de acuerdo con una armonía, recibe el nombre de sonrisa — su expresión se refleja en la cara— y es la risa propia del hombre prudente; en cambio, el excesivo relajamiento del rostro, si se da en las mujeres, recibe el nombre de kichlismós: es risa de las protitutas; y, si se da en los hombres, se denomina kanchasmós: es la risa de los pretendientes. «El tonto, cuando ríe, eleva su tono de voz — dice la Escritura—, mas el hábil apenas sonreirá en silencio». Se refiere por «hombre hábil» al santo, por oposición al necio.
Pero, por otra parte, no se debe ser taciturno, sino reflexivo; yo acepto aquel que se mostraba sonriendo con un rostro terrible, pues «su sonrisa sería menos ridicula».
Incluso la risa merece una instrucción: si se trata de algo vergonzoso, es preferible enrojecer a sonreír, para no dar la impresión de consentimiento por simpatía; y si se trata de situaciones dolorosas, conviene más que se nos vea tristes que alegres. La primera actitud denota sentimiento humano, y la segunda deja entrever crueldad. Ni debe reírse uno a cada momento — pues sería excesivo, ni en presencia de personas ancianas o respetables, a menos que nos diviertan con alguna broma; tampoco se debe reír ante el primero que uno encuentra, ni en todos los lugares, ni ante todos, ni a propósito de todo.
En especial para los adolescentes y las mujeres, el reír facilita el paso a las calumnias.»

*San Efren, siglo IV: 

«que no nos hemos de entretener en risas ni diversiones, sino que es mas del caso aplicarnos de las lágrimas»:




*Juan Crisóstomo, siglo IV-V, “Homilías sobre el Evangelio de San Mateo”, Patrología Griega: 

«Contra la risa inmoderada:
Si así lloras también tú, serás imitador de tu divino dueño, que también lloró. Lloró sobre Lázaro y sobre Jerusalén y se turbó por la perdición de Judas. Muchas veces le vemos llorar, pero nunca reír, ni siquiera sonreír suavemente. Por lo menos, ninguno de los evangelistas nos lo cuenta. Por eso también Pablo nos dice de sí mismo, y otros lo confirman, que lloró, y hasta que lloró día y noche durante tres años (Hechos 20,31); pero que riera, ni él nos lo cuenta de sí mismo en parte alguna ni otro santo alguno nos lo atestigua de él. Y como él, esos mismos santos. Sólo de Sara nos dice la Escritura que rió cuando fue reprendida; y del hijo de Noé, cuando pasó de libre a esclavo. No digo esto porque intente yo suprimir toda risa; sí, para que se evite su desmesura. ¿Cómo — dime por favor— puedes romper en carcajadas y divertirte disipadamente, cuando tienes que dar tan larga cuenta, cuando has de parecer ante aquel temeroso tribunal en que se te pedirá puntualmente razón de cuanto aquí hubieres hecho? Y es así que tendremos que dar cuenta de cuánto hayamos pecado voluntaria e involuntariamente: El que me negare —dice el Señor— delante de los hombres, también yo le negaré a él delante de mi Padre, que está en los cielos.»

*San Basilio, siglo IV, “Regulae brevius tractatae”:

«Cum Dominus eos damnet qui in hac vita rident, admodum perspicuum est, nullum omnino locum dari fideli in quo rideat, et maxime in tam magno numero eorum qui per transgressionem legis Deum inhonorant, et in peccato moriuntur, super quos moerere et gemere oportet.»


*La Regla de los cuatro Padres, Regole monastiche d’Occidente, siglo V: 

«si algún monje es sorprendido riendo o haciendo bromas… o en cosas que no le son propias, ordenamos que sea castigado con toda punición de humildad en el nombre del Señor por dos semanas»

Taciturnitas:
«La forma más terrible y obscena de romper el silencio es la risa, si el silencio es virtud existencial y fundamental de la vida monástica, la risa es gravísima violación

*San Agustín, siglo IV-V, “Las confesiones”:

«Desde que pecó Adán y fue expulsado del paraíso, nunca hubo días buenos, sólo malos. Preguntemos a los niños que nacen por qué comienzan llorando, dado que también pueden reír. Nada más nacer, llora; después ignoro cuantos días reirá

*Juan de Casiano, siglo IV-V: 

«Este linaje de soberbia, aunque sea único en su género, presenta dos matices diferentes. La una afecta en todo severidad y gravedad exterior; la otra se abandona con una libertad increíble a las chanzas, burlas y risas destempladas

«...A partir de las acciones de una persona externa... se conoce el estado de la (persona) interna: Entonces... el orgullo carnal... se distingue por los siguientes signos: al principio está su volumen en la conversación, en silencio - frustración, en la risa - una risa fuerte y vertiginosa, en el triste caso - dolor irracional, en la respuesta - obstinación, en el habla - frivolidad, las palabras brotan sin ninguna participación del corazón, imprudentemente.”

Por las siguientes señales se manifiesta dicha soberbia que llamamos carnal: hay clamor en su tono de hablar; en su silencio, amargura; en su alegría, una risa estrepitosa y desenfrenada; en su seriedad, una incomprensible tristeza; en sus respuestas, rencor; en la conversación, verbosidad, irrumpiendo con palabras por todas partes, sin seriedad alguna»

*San Benito, siglo VI:

«Abstenerse de palabras malas y deshonestas, no  ser  amigo  de  hablar  mucho,  no  decir necedades o cosas  que  exciten  la  risa, no gustar de reír mucho o estrepitosamente.» 

*Regula Magistri, anónimo, siglo VI: 

«Cuando la risa está por estallar hay que prevenir, sea como sea, que se exprese. O sea que, entre todas las formas malignas de expresión, la risa es la peor.”

*Leandro de Sevilla, siglo VI, “De la instrucción de las vírgenes y desprecio del mundo”: dispone que los monjes no se den a la risa y a la cháchara durante la recitación de los Salmos.


Juan Clímaco, siglo VI-VII: 

«la actitud del cuerpo del monje durante la liturgia “encarna” a su espíritu. Si el cuerpo del monje no ora, el monje tampoco ora. “Algunos [demonios] sumergen en el sueño a los que están en la oración. Otros nos ocasionan dolores de entrañas violentos e inhabituales. Otros nos incitan a tener conversaciones en la iglesia. Otros arrastran a nuestro espíritu a pensamientos deshonestos. Otros nos empujan a apoyarnos contra la pared, como si estuviésemos agotados. Hay otros que nos hacen bostezar sin cesar. Algunos provocan risas frecuentes en el tiempo de la oración, buscando así excitar contra nosotros la cólera de Dios. Otros nos constriñen a precipitar la lectura de los salmos, por negligencia; otros nos sugieren cantarlos demasiado lentamente, en busca de placer; y algunos hay que vienen a sentarse sobre nuestra boca y la tienen cerrada, de manera que nos cuesta abrirla. El que piensa que está en presencia de Dios y ora en lo profundo del corazón, se estará inmóvil como una columna y ninguno de los demonios de los cuales acabamos de hablar, se reirá de él



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*Existía el risus monasticus,  como, por ejemplo, el joca monacorum (juegos monacales): tratados paródicos u obras cómicas escritas en latín desde el siglo VIII.
 
**La búsqueda de los textos en latín está siendo un trabajo difícil y muy lento. A medida que los vaya encontrando los iré añadiendo.


Bibliografía:

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