viernes, 28 de septiembre de 2018

Mujeres lectoras en el Siglo de Oro

Santa Ana enseñando a leer a la Virgen, Murillo, Museo Nacional del Prado, Madrid (imagen obtenida del museo)

Hace poco me encontré con un artículo editado por el Museo del Prado, y dirigido a estudiantes, donde se hablaba de las mujeres en el Siglo de Oro. 

Entre otras lindezas, escriben esto:



Desde hace unos años van apareciendo estudios sobre la situación de la mujer, de cualquier ámbito social, en el siglo XVI y siglo XVII, de su papel en la sociedad y, lo más importante, sobre su educación y alfabetización.

En estos estudios se utilizan la iconografía, los inventarios, los tratados teóricos sobre educación femenina, las cartas personales y los documentos comerciales, patrimoniales, curadurías, así como la propia literatura de ficción que estuviera de moda en aquellos siglos.

Tenemos que desterrar la idea de una población femenina altamente analfabeta. No era raro que mujeres de mercaderes, labradores y artesanos supieran leer. Las féminas necesitaban, como mínimo, saber leer para poder llevar personalmente sus negocios o llevar los asuntos personales o temas relacionados con el negocio de su marido, sobre todo cuando este se ausentaba de la casa por motivos de trabajo. Como también se requería saber leer y escribir si se quería entrar en el convento, ejercer una profesión (taller) o acceder a una clase social superior. Además, la  lectura en voz alta por una mujer era algo habitual en el ámbito familiar.
  
El investigador Infantes, en su trabajo, clasifica las bibliotecas en cuatro tipos:
Biblioteca prestada: préstamos, donaciones, regalos.
Biblioteca devaluada: «volúmenes desencuadernados, en malas condiciones, incompletos, etc.», «restos de pliegos impreso», manuscritos que abarcaría poesía, recetarios culinarios, de afeites, médicos...
Biblioteca silenciada: «tratados, manuales, repertorios, etc.», documentos oficiales, personales, cartas, libelos...
Biblioteca ausente: <los que sí aparecen en las «existencias de los fondos de los impresores, libreros y editores»>, pero que no aparecen en los inventarios.

Esto es importante porque, según los estudiosos de este tema, la escasa presencia en los documentos notariales de una biblioteca femenina se deberá principalmente a lo expuesto por Infantes.

Bernárdez, en su artículo, incluye dentro de la biblioteca devaluada «todos aquellos objetos que tenían un escaso valor comercial, como podían ser las ediciones de los géneros menores de la época como relatos sentimentales, novelas del ciclo artúrico o pliegos sueltos de distinto tipo», o aquellos encuadernados sin lujos (con materiales baratos, por ser de uso más frecuente e incluso cotidiano); libros, que como bien dice ella, «tuvieron una enorme difusión en esa época.». Y aquí se ha de incluir cartillas para aprendizaje, estudios del latín, de música, pliegos de romances, coplas...

Cátedra, en su conferencia, nos dice con respecto a las bibliotecas femeninas: «podría dudar con razón de que los libros que figuran constituyan una biblioteca hecha por ella o para ella». Por tanto, una cosa eran los libros que ellas poseían y otra, más realista, los libros que leían (hay que tener en cuenta que ciertos libros los heredaban).

Resumiendo, se puede decir que las mujeres leían no solo libros relacionados con la religión también libros de entretenimiento (y no sería de extrañar algún que otro libro más sesudo), entre los que habían manuscritos de temática diversa, y lo que es más significativo, libros de caballería (la novela rosa de nuestro tiempo), cuya lectura, junto con la poesía, sería la preferida por ellas.

Pero, ¿por qué ha llegado hasta nuestros días esa idea de una mujer renacentista o barroca analfabeta o que solo leería libros piadosos? Como siempre, hay que echarles la culpa a unos cuantos moralistas de aquellos siglos, que en cualquier trabajo contemporáneo sobre la mujer se les cita para señalar qué horrible era la misoginia en esta o aquella época. Moralistas que ciertamente no veían con buenos ojos que una mujer leyera determinados libros, o incluso supiera escribir. Pero es sabido que si los curas marcan un camino, el pueblo irá, con toda probabilidad, por otro. Y sobre estos moralistas, hombres y mujeres, ya hablaré en su momento.  


Entradas relacionadas:



Bibliografía:
  • Aguilar Perdomo, María del Rosario: La recepción de los libros de caballerías en el siglo XVI: a propósito de los lectores en el Quijote. Literatura: teoría, historia, crítica 7 (2005).
  • Alarcón Román, Mª del Carmen: Literatura conventual femenina en el siglo de oro. El manuscrito de sor Francisca de santa Teresa (1654-1709). Tesis, Sevilla, 2015.
  • Bernárdez, Asunción: Pintando la lectura: mujeres, libros y representación en el Siglo de Oro. Edad de Oro, XXVI (2007).
  • Borsari, Elisa: Modelos e Imágenes DE La Lectura femenina. De santa Ana a las damas lectoras. Estudios de literatura medieval.  25 años de la asociación hispánica de literatura medieval. Murcia. 2012.
  • Baranda, Nieve: Las escritoras españolas del siglo XVI: La ausencia de una tradición literaria propia.
  • Cátedra García, Pedro: Bibliotecas y lecturas de mujeres (España, siglo XVI). Conferencia. 2006.
  • Castillo Gómez, Antonio: Del tratado a la práctica. La escritura epistolar en los siglos XVI y XVII. VI Congreso Internacional de Historia de la Cultura Escrita, vol. 1, Alcalá de Henares 2002.
  • Castillo Gómez, Antonio: «Me alegraré que al recibo de ésta...». Cuatrocientos años de prácticas epistolares  (siglos xvi a xix). Manuscrits 29, 2011.
  • Chartier, Roger: Lectores y lecturas populares. Entre imposición y apropiación.
  • Cruz, Anne J.: Los estudios feministas en la literatura del Siglo de Oro.
  • Infantes, Víctor: Las ausencias en los inventarios de libros y de bibliotecas.  B. HL, T. 99, 1997, n° 1.
  • Rodríguez Cuadros, Evangelina: Novela cortesana, Novela barroca, Novela corta: de la incertidumbre al canon. Edad de Oro, XXXIII (2014).